Diemer-Trommsdorf


Cuando jugaba ajedrez, hace veinte años, lo estudié también con alguna disciplina. Una de las partidas clásicas en el repertorio de las lecciones era conocida entre los jugadores simplemente como Diemer-Trommsdorf. No es una partida tan canónica como cualquier Fischer-Spassky, pero se estudia y se admira mucho. Diemer, con las blancas, sorprende con un creativo y agresivo ataque a base de peones y caballos. La defensa de Trommsdorf, tímida al principio, se revela luego llena de posibilidades. Una partida muy bella, tal vez poco técnica. En fin. En ese entonces estudié aquella partida y la anoté en mis cuadernos, que decidí revisar ahora en medio de la cuarentena. Desempolvé la vieja Diemer-Trommsdorf y la reproduje en el tablero, recuperando la sorpresa de algunos movimientos geniales, reconociendo una danza olvidada hace tanto tiempo. Solo entonces me asaltó la curiosidad por aquellos anónimos jugadores, una curiosidad que tal vez tuve también hace dos décadas, mucho antes de Wikipedia. 

Una búsqueda rápida en Google revela de inmediato que la partida sigue siendo, en efecto, popular entre ajedrecistas: se jugó en Bagneux, Francia, en 1973. También se descubre rápidamente que fue tal vez el único momento estelar de Trommsdorf, un oscuro jugador francés que entonces tendría 36 años y que no ganó ningún campeonato importante. La sorpresa viene con Diemer. Emil Joseph Diemer, entonces de 65 años, alemán, había ganado varios torneos nacionales y ya era reconocido por sus aperturas poco ortodoxas. Varias de sus aperturas entraron en los libros de ajedrez, especialmente gambitos: Alapin-Diemer, Diemer-Duhm. Sin embargo, dos años antes de la famosa partida en Bagneux, Diemer estaba internado en un hospital psiquiátrico, le había sido prohibido jugar ajedrez y había sido expulsado de la federación alemana. 

No podía menos que hurgar en la historia de Diemer. Para mi desencanto, Wikipedia me mostró su pasado nazi. No solo se unió al partido a sus 23 años, sino que fue un activo militante y nunca se retractó públicamente. Durante la guerra viajó por Europa como el principal reportero de ajedrez del Reich y escribió varios libros de teoría ajedrecística. Terminada la guerra, fue expulsado de la federación alemana tras enfrentarse con sus dirigentes, a quienes acusaba de “corrupción y homosexualidad”. El tipo de personaje que uno nunca hubiese pensado terminar admirando, tal vez incluso recreando sus partidas y celebrando sus movimientos. 

Pero la historia no termina ahí: tras su exilio en Holanda, Diemer empieza a interesarse cada vez menos en el ajedrez y cada vez más en, sí, las profecías de Nostradamus. Se obsesiona tanto con ellas que se recluye hasta dar con cierto código secreto que supuestamente ocultan. Durante casi 25 años, sí, más de dos décadas, Diemer se concentra en las profecías y mantiene una copiosa correspondencia con otros fanáticos alrededor de Europa, con quienes llegó a cruzar más de diez mil (¡10.000!) cartas. Como el enfebrecido Herzog de la novela de Saul Bellow, puedo imaginar a Diemer escribiendo cartas que vacilan entre la amenaza y la declaración de amor, enviándolas o creyendo enviarlas a corresponsales imaginarios, líderes mundiales, viejos amores de adolescencia. Por supuesto, esta aventura profética no podía sino terminar en el hospital psiquiátrico, en donde, además, los médicos decidieron prohibir a Diemer desarrollar la obsesión que consideraron madre de todas sus obsesiones: el ajedrez. 

Solo hasta 1971 se permite a Diemer jugar nuevamente ajedrez, pero aislado y arruinado como estaba, debe seguir viviendo en el hospital como un paciente semi-residencial, hasta su muerte en 1990. Es en esas condiciones que Diemer viaja en 1973 al torneo de Bagneux, un torneo menor, como miembro de un club de ajedrez alemán que lo patrocina, para encontrarse frente a una mesa con Trommsdorf. Es seguro que ninguno de los dos hubiese creído que gracias a aquella partida aprenderían a jugar y a amar el juego tantos ajedrecistas alrededor del mundo. O, como en mi caso, a recordar el amor por el juego, a pesar (pero en honor) de sus jugadores.

Comentarios

  1. Este debe ser un preámbulo del libro, estoy ansioso de poder leerlo.

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